lunes, 28 de febrero de 2011

Más artistas nacionales: Una deuda para el 2012

Tras una exitosa versión, número 52, del Festival de Viña del Mar, el cual fue organizado esta vez por el canal Chilevisión y dirigido por Eva Gómez y Rafael Araneda, quedan muchas lecciones, las cuales, tanto organización, animación, como músicos deberán reflexionar para el año 2012. La inclusión mayor del artista nacional, será sin lugar a dudas una de las importantes.


Y es que no sólo los artistas nacionales reclaman por un mayor espacio en los medios de comunicación y eventos nacionales. Artistas como el dúo puertorriqueño Calle 13, quienes se presentaron el jueves 24 de febrero, acompañados de artistas como Chancho en Piedra, Camila Moreno en Inti Illimani, dieron a entender que no se trata de nacionalismos baratos.

Por otro lado, Oscar Gangas, humorista chileno, quién fue muy criticado antes de su presentación en la Quinta Vergara, el martes 22, descartó que existiese un doble estándar el público chileno, a la hora de exigir artistas chilenos, pero también criticar, sin fundamento a otros. Por el contrario, culpó a una influencia de los medios de prensa por este tipo de actitudes.

Sin embargo, Dino Gordillo es mucho más crítico a la hora de analizar esta situación, el humorista, afirmó que durante su paso por la Ciudad Jardín, no recibió buenos tratos por parte de la organización, e incluso tuvo que pedirle al chofer que lo transportara que le consiguiera un televisor para su camarín, porque simplemente no había.

Américo, músico chileno también dio su apoyo a aumentar la cuota de compatriotas que se presenten. Todo esto cobra especial relevancia cuando el jueves 25, Rafael Araneda y Eva Gómez se vieron muy apresurados en otorgar todo los premios a los Jaivas, quienes no alcanzaron a estar una hora sobre el escenario.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Un día verde

Valparaíso, Patrimonio de la Humanidad, alberga uno de los clubes más antiguos del fútbol profesional, Santiago Wanderers. El verdadero “decano” del deporte chileno, alberga a la hinchada más antigua del fútbol chileno. Siguiéndolos hasta el interior de la región, me di cuenta del lado oculto del futbol chileno, del cómo se vive el partido cuando uno no lo ve desde la TV.

“Compadre, el ‘Panzer’ es pura pasión”. Era una frase que mi compadre y amigo, Diego, siempre me repetía a la hora de conversar de fútbol. Y es que mis conocimientos sobre el deporte más popular y masivo del país, la verdad, son mínimos. Cuando era un niño – y como todos los infantes casi – solía jugar a la “pichanga” en el colegio. No pateaba mal, recuerdo, y la verdad es que me entretenía harto chuteando el balón y viendo los partidos del Colo Colo por la TV.

Sin embargo, los gustos, a medida que uno va creciendo, van cambiando. Y a pesar de que si bien, la mayoría de mis amigos del colegio siguieron jugando a la pelota y discutiendo sobre si era mejor la Universidad Católica o la Universidad de Chile, mi empatía con el balompié fue decayendo por diversos factores.

Uno de los principales fue la música, de niño me convertí en un abnegado y obstinado drogadicto del crudo sonido del rock. Del mismo modo en que “El Panzer” o “La Garra Blanca” eran pasión para unos, para mí unos acordes en quinta con mucha distorsión me hacían (y siguen haciendo) perder la conciencia.

Mi regreso a los pastos de un estadio fue de la mano de mi compadre Diego, metalero como yo, pero ‘panzer’ de corazón. Cuando le comenté que quería ir a ver un partido, me dijo “vamos a matar huasos a Quillota”. No pude decirle que no, realmente se veía interesante.

Otro de los motivos que me alejaron del fútbol y me limitaron solo a leerlo por la prensa, eran las barras. La hinchada, para mí resultaba ser una serie de – muchas veces – delincuentes en potencia. Y es que el sinónimo de clásico en Sausalito o Playa Ancha, no es más que un caos en las calles aledañas a los recintos deportivos. “Relax compadre, si el panzer es una familia”, me decía el Diego cuando me hablaba de sus amigos de la galería. Me costaba creerle que eran personas como yo, pero con la “ché” (más conocido como el acento característico “flaite”) bien – a veces demasiado pronunciada -.

El Viaje
El duelo contra San Luis de Quillota, no era nada del otro mundo, lo peor pasó en el súper clásico con Everton, en el estadio Sausalito. Así que ahora lo interesante del duelo con los canarios sería el lugar: El Estado Bicentenario Lucio Fariña. Los caturros querían conocer el estadio quillotano y admirar – por 90 minutos – lo que, esperan, en algunos años pueda concretarse para el puerto.

Pocos minutos nos separaron de Valparaíso y Quillota viajando por el Troncal Sur. No nos fuimos en micro ni en metro porque no había nada de interesante según el Diego. Todos se irían por su cuenta y valía la pena poner un poco más de dinero y viajar cómodos y rápidos hacia el interior de la región.

Viajar con wanderinos (donde solo conoces a uno) en el auto prestado de tu papá es genial. Aunque al comienzo debo reconocer que fui un poco tímido con la presencia marcada de los chascones, los cuales, realmente no recuerdo sus nombre. Uno era chascón como yo y parecía Jesucristo, además le faltaba un diente. El otro era gordito y bajo y tenía cara de simpático y el tercero era uno gordito y chico, más entrado en edad.

Me saludaron, entramos al auto y al instante sacaron una bandera grande con el logotipo de Santiago Wanderers, con la cual tranquilamente, nos dirigimos a Viña del Mar a para salir a la autopista.

Andar por la Ciudad Jardín, cuna del archi enemigo del denominado “decano”, con una bandera del Wanderers en un auto, pintado por dentro de verde con las camisetas, fue realmente divertido. Y es que en la región el fútbol es un asunto que se toman muy enserio. Perdí la cuenta de cuantos bocinazos recibí y tuve que dar desde la Avenida España, en Valparaíso, hasta entrar a la autopista.

Cargamos 15 mil pesos en bencina, suficiente para andar tranquilos, sin miedo a quedar estancados. El bombero de la Shell, curiosamente, era wanderino y se alegró tanto al vernos, según él “tan jóvenes y comprometidos” con el equipo de sus amores, que nos regaló periódicos para leer en el camino y limpió los vidrios con muy buena voluntad, además de prestarnos el baño y darnos consejos sobre cómo llegar a Quillota.

El estigma del “flaite wanderino”, confieso que al menos en el auto, se me fue eliminando de a poco. Uno de los chicos era profesor de una escuela para sordomudos, otro estudió Ingeniería Civil Industrial en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, pero tuvo que congelar por problemas económicos y el tercero (el más viejo) trabajaba para mantener a su familia (aunque ese día faltó para ver a su equipo).

Llegando a Quillota tras un paso fugaz por dos pequeños peajes, me llamó demasiado la atención ver, en un pueblo con una arraigada pasión a su equipo local, que dos choferes de vehículos particulares nos saludaran y gritaran “Grande Wanderers”. Uno de ellos era un porteño que buscaba mejores oportunidades en aquella localidad. “Estay haciendo patria weón” le gritó uno de mis invitados en el asiento trasero. Realmente se respiraba aire de fútbol.

Llegamos al estadio, pasamos el control policial, que fue muy tranquilo en comparación a un par de experiencias en mi niñez, posterior a eso nos dirigimos a la popularmente denominada“galucha”. Un hermoso estadio bicentenario, con bancas amarillas, desaparecía ante un mar verde que inundaba cada rincón existente. Me costaba creer que había más hinchas de Santiago Wanderers que del mismo equipo local, San Luis.

El Encuentro
El partido que me tocó vivir, fue simplemente emocionante. Un primer tiempo empatados a dos, con mucha adrenalina y acción y un segundo tiempo marcado por la euforia. Dos expulsiones, un mar de tarjetas amarillas, etc. Nada que decir, realmente, confesaré que durante los primeros minutos sólo observaba al público y el partido, lo hacía tranquilo, en silencio, tal como si lo viera desde mi casa. Sin embargo al segundo gol del encuentro era un hincha más, insultando al árbitro y sacándole todos los parientes posibles a los queridos “huasos”.

“Éste es el panzer po hermano” me decía el Diego, mientras yo no podía evitar gritar “Gol, conchetumadre”, envuelto en una indómita alegría y gritando hasta el alma al ver como el equipo de mi puerto estaba ganando, a duras cuestas, pero haciendo un buen partido en la ciudad de Quillota. Realmente la barra caturra es una familia. Recuerdo haber estado al lado de un matrimonio, donde la “tía”, no hacía más que celebrar conmigo cada gol, cada tiro, cada pase ejecutado, junto con sufrir cada falta y cada sanción impuesta por el árbitro.

La barra de Santiago Wanderers es muy unida, tiene cánticos muy interesantes y que llaman mucho la atención. Es muy orgullosa de ser la primera existente en Chile y llevar el apodo de “decanos”, además de ser la más antigua, es la más unida. El único aspecto negativo que esta forma de asociación de fanáticos del fútbol tiene, fue ver un grupo chico de niños, de no más de 10 años, fumando marihuana y cigarros. Cabros chicos “choros del puerto” que creen que con actitudes agrandadas llegarán lejos en esta vida.

Estos mismos niños, en medio del partido, se subieron a una tarima para ver el partido mejor, sin embargo, desde la dirección del estadio (y por los alto parlantes) les pidieron que por favor se bajaran, sino el partido se detendría. Al comienzo pensé que la barra se manifestaría en contra de esta medida, sin embargo, para bien de todos, no fue así y los mismos caturros más grandes fueron los que invitaban a estos pequeños cizarros a bajarse. Aunque más de una vez escuché de boca de estos imberbes el típico “y qué wea”.

En el segundo tiempo se vivió uno de los momentos más tensos. Y fue cuando expulsaron al arquero de Santiago Wanderers, por empujar a un delantero a la hora de salir a achicar un tiro de gol. El guardameta fue sustituido, aunque la presión en equipo y el poco ánimo en la barra al estar perdiendo 3-2 y con un jugador menos no se hicieron sentir.

No obstante, todo cambia cuando el gol del penal, derivado de esta expulsión, fue anulado por el árbitro debido a una “invasión del área” por parte del equipo canario. No hay palabra para explicar cómo esta acción ocurría arriba, en las tribunas. Y es que la pasión y el sentimiento, la catarsis pura que se vivía en un partido que no tenía términos medios, sino que vivía polarizado entre el amor y el odio, no tenía límites.

Y como si fuese peor, para contribuir aún más a este sentimiento tan fuerte que produjo tan emocionante encuentro, el penal fue atajado por el arquero porteño, produciéndose la esperanza más fuerte del momento: aún quedaba una opción de empatar. Dicho y hecho fue así y se podía escuchar, cómo más abajo, en la barra, se decían en voz baja “a ratonear con el 3 a 3 no más”.

Para colmo, y con la buena suerte que tuve, para encontrarme con un partido tan emocionante - en pleno minuto 43 del segundo tiempo, empatados a 3, Santiago Wanderers, casi en cámara lenta, marca el gol que le dará la victoria. El estado parecía venirse abajo, la alegría era demasiada, yo realmente ya era un wanderino más a esa altura. Por la cresta, ¡qué sentimiento más fuerte es el de terminar un partido así!, con la vibración durante los 90 minutos.

Volviendo a casa
Terminado el encuentro y tras sacar el auto de los estacionamientos, junto con las típicas fotos junto a la gallada que asistió al evento y que no paraba de insultar a la barra canaria, nos dispusimos a abandonar Quillota. Carabineros decidió que los porteños dejáramos el recinto primero, para evitar encuentros entre barras, que generalmente nunca terminan bien.

Salimos del estadio y mis amigos no paraban de insultar a cuanto “huaso” pasara por la calle. Al comienzo estaba preocupado porque tenía miedo que me lanzaran alguna piedra al vidrio del parabrisas, pero gracias a Dios no fue el caso. Abandonamos la ciudad rápido y en poco menos de una hora llegamos a Valparaíso.

“Seba, vamos por unas pilsens y unas chiquillas”, me invitaban quienes eran ahora verdaderos camaradas de guerra. “No gracias, estoy conduciendo y tengo compromiso a la noche”contesté, no sin intercambiar un par de correos y quedar esperando el envío de algunas fotos que nos sacaron para el archivo personal.
Al llegar a casa y revisar mi cuenta de twitter, subiendo un par de fotos sobre el agitado encuentro el día, me doy cuenta que algunos conocidos, fanáticos totales del fútbol de liguilla, me dejaron algunos mensajes que citaban: “Si el Sebastián, después de tamaño partidazo, no decide regresar a un estadio, no sé qué lo podrá hacer”, decía mi compadre Rodrigo Vega. Otro ‘twitteo’ de cierta compañera de curso, también seguidora del balompié citaba “El Seba es muy putita para volver a un estadio jajaja”.

En fin, al día siguiente del encuentro se conecta el Diego al chat del Messenger y me comenta un poco cómo fue la celebración del poderoso 4-3 con el que Santiago Wanderers derrotó a San Luis de Quillota, en su propia casa. “Tengo la media caña”, me contaba mi compadre, agregando que le caí bien a sus compañeros caturros y que ninguno notó que estudiaba periodismo, sino que sólo pensaron que era un wanderino sin cultura de estadios.

“Te bautizaron como Rush, porque según ellos eres igual al vocalista de la banda Rush”, me decía también el Diego, mientras me reía al escuchar aquella comparación con una de las bandas insignes del Rock Progresivo y verdaderos padres de muchos conjuntos que ahora escucho. “Al menos no me pusieron Leo Rey” le comenté entre risas.

“Los cabros quedaron contentos y quieren invitarte a seguir yendo al estadio para cuando hayan partidos fuera de la ciudad pero dentro de la región, así nos vamos en el auto más tranquilos” me comenta mi amigo, a lo que le respondo que le avisaré con el tiempo. Me gustó mucho la experiencia pero no sé si esté dispuesto a volver a ir a un estadio por mero gusto personal. El fútbol no es aburrido cuando lo sabes vivir, pero – realmente – te tiene que gustar.

En resumidas cuentas, me quedo con la experiencia de conocer una barra que – por el encuentro al que asistí – es una de las más fervientes que puedo llegar a visualizar. Y es que ser hincha de un equipo de provincia es distinto a ser de un equipo de Santiago, donde muchas veces la identificación es una mera moda. En cambio, en regiones, sientes de verdad una relación entre club y ciudad.

Si bien la barra de Santiago Wanderers tiene mucha gente flaite, de pobre condición social. Sin embargo, el equipo tiene una hinchada unida, tranquila con un ambiente muy familiar. Todos eran un gran grupo que acogía muy bien a sus nuevos miembros. No por nada estuve en el medio de todo y jamás noté una cara extraña hacia mi persona o algún signo de exclusión por ser “nuevo”.

El fútbol chileno es muy rico en experiencias y son estos grupos sociales los que se caracterizan por su tan particular pasión. El hincha de un equipo deportivo es el ciego espectador de un show, pero a la vez y como dice la frase “en las buenas y en las malas”, también es el hombre más feliz del mundo cuando ve al equipo de sus amores jugar…. Y jugar bien.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Bohemia con hedor a puerto

Con mucho cariño, una banda local llamada Sórdido, en su disco “Episodios de un Valparaíso en llamas” llamaba a la ciudad el “Puerto Oscuro”. Bajo este pequeño apodo se ocultaba una cruda verdad que asolaba al principal puerto de Chile. Valparaíso era más que una ciudad caracterizada por su tan conocida bohemia. Valparaíso era, realmente, una misteriosa cuna marcada por la delincuencia y el desamparo.

Hace varios años atrás, se estrenó en un canal de televisión abierta, un crudo documental que afirmaba que Valparaíso era una cuna de delincuentes. El habitante de la Joya del Pacífico, ahora denominado “choro del puerto”, se convirtió en un criminal nocturno. Desde ese día la imagen del Patrimonio de la Humanidad cambió considerablemente y la gente nunca más miró a la ciudad con los mismos ojos de antes.

La ciudad de Valparaíso nunca volvió a ser la misma tras el bombardeo informativo por parte de los medios de comunicación. El público, no sólo consumía noticias de corte dramático (crónica roja), sino que además conoció estudios realizados por distintas Universidades y organismos como el CONACE. Estas investigaciones arrojaban espeluznantes conclusiones: Los jóvenes chilenos estaban consumiendo cada día más alcohol.

El siguiente gráfico tomado de un estudio realizado por el CONACE y que verifica las tendencias de consumo de alcohol en los últimos años, ratifica el alza de al menos casi 20 puntos en el consumo de alcohol entre 1994 y el año 2002. Donde desde 40.4 puntos se aumentó a un 59.6 en el ítem de consumo de bebidas alcohólicas al mes.

Alcohol y fiesta, generalmente no son una buena combinación y así – al parecer – lo estaban comprobando estos estudios, los cuales eran una verdadera bola de nieve que dejaba en muy mala posición al público juvenil, quienes en su mayoría no eran partícipes de hechos delictuales, sino que simplemente buscaban pasarla bien un sábado por la noche.

Desde aquel fatídico día en que la prensa decidió bombardear a Valparaíso con documentales que hablaban sobre la delincuencia en la ciudad. El puerto, lentamente, comenzó a protegerse del asedio mediático, el estigma social y sobre todo la discriminación. La pregunta era ¿Sigue siendo Valparaíso una ciudad peligrosa que no aseguraba una vida nocturna tranquila?

El carrete en esta ciudad existe todo el día y todos los días. Desde temprano algunos bares, enfocados al público universitario, abren sus puertas para recibir a sus fieles usuarios quienes, tras un duro día de clases, van a beber una cerveza y conversar o ver un partido de fútbol. En general se aprecia que estos locales no tienen mayores problemas debido a que el público con el que trabajan (en esa franja horaria) no manifiesta algún intento de cometer delito alguno.

Sábado por la noche

La verdadera vida nocturna, en Valparaíso, comienza el día jueves o viernes desde las 23 hrs, cuando los denominados “sectores bohemios” comienzan a recibir a su público en masa. Sector centro, Subida Ecuador, Subida Cumming y Barrio Puerto, lentamente, empiezan a diluir lo que será una larga noche bañada en alcohol.

Vivir en un cerro porteño y decidir “carretear” en el centro de Valparaíso implica un corto proceso de preparación que consiste básicamente en decidir qué hacer y a dónde ir. Existen básicamente dos opciones para enfiestar el fin de semana: sector bohemio y discoteques.


El primero está constituido por pequeños bares, con capacidad para no más de 50 o 75 personas donde no existe pista de baile y solamente hay pequeñas mesas para cuatro o seis personas, además de una barra para otras cinco. Los tragos que allí sirven van desde una simple cerveza de medio litro hasta las “especialidades de la casa”, donde se rescata, por ejemplo, el “Sacrificio Maya”, la joya insigne del pub llamado “El Coyote Quemado”.

La segunda opción, las discoteques, no necesitan mucha explicación, pues son lugares muchísimo más amplios, para 200 personas por lo bajo, con una barra donde lo más común es la venta de cerveza, ron pisco o vodka. Estas discos cuentan con una gran pista de baile donde, según el lugar al que uno acuda, se puede escuchar desde el popular reggeatón hasta ritmos más tropicales, cumbia, salsa o electrónica.

Tras decidir la locación y tener reunido al grupo de amigos o asistentes, es hora de tomar la locomoción para dirigirse al lugar definido previamente. Debido a la hora en que se constituyen estas juntas, lo más común es tomar los denominados “colectivos” o taxis. Al subir a uno, te estás dando cuenta que son éstos trabajadores los que más conocen la realidad de la vida bohemia en Valparaíso.

Gonzalo, conductor de taxis de la línea 58, cuenta, ahora como anécdota, un triste episodio durante sus años trabajando como colectivero.

“A mí me asaltaron tres tipos, uno dispara en el vidrio trasero, el otro quiebra el parabrisas, yo trato de recuperar el vehículo, me quitaron las llaves, a los tipos se les acabaron las llaves, expuse mi vida peleando el vehículo y lo recuperé”.

Ante una experiencia como ésta, Gonzalo nos afirma con convicción que “Valparaíso es malo y sigue empeorando, Carabineros ayuda pero el problema es de la justicia”. La vida bohemia en Valparaíso al parecer no se ve muy simple y tranquila o al menos así lo manifiesta Gonzalo.

Llegando al centro de Valparaíso se puede apreciar una gran cantidad de contingente policial vigilando las calles de la ciudad. Tal como lo dijo Gonzalo y como lo dirán decenas de jóvenes consultados “hay harto paco en las calles”, la pregunta es si esa es realmente la solución.

Un carabinero que conducía un retén móvil ubicado en plaza Anibal Pinto y que no quiso dar su nombre, contó que Valparaíso es una ciudad peligrosa en la medida que la gente ebria se convierte en un peligro para ellos mismos al tener más riesgo de ser asaltados.

“Hay menos delincuencia, las personas son poco cuidadosas, no tienen la precaución ya que toman exceso […] Valparaíso es más seguro ahora, hay harto carabinero en la calle y se está combatiendo la delincuencia”

Efectivamente, cualquier paseo por la ciudad desde las 22 horas reafirma que existe una alta presencia policial, muchísimo mayor en comparación a años anteriores. Quizás fue un efecto de la etiqueta de “ciudad peligrosa” impuesta por los medios de comunicación, o quizás simplemente se quería cuidar a los jóvenes de posibles actos delictuales.

Los jóvenes porteños se dividen a la hora de opinar sobre la alta presencia policial existente en estos momentos en Valparaíso. Carlos, estudiante de Historia y asiduo cliente de los locales ubicados en subida Ecuador, afirma, junto a su novia que “es necesaria, Valparaíso es una ciudad segura”.

Por otra parte, Orlando, guardia del local llamado “Keops” afirma que “hay delincuencia aunque está ubicada por diversos sectores […] Valparaíso es una ciudad peligrosa, hacen falta más carabineros”.

El público nocturno en la ciudad es muy diverso, existen hippies, metaleros, punkys, gente de otras ciudades, etc. Las calles se pueblan de un tipo de gente completamente distinto al que acostumbra a transitar por allí horas antes. El objetivo es solo uno: pasarlo bien y evitar ser asaltado.

Tras consumir unas cervezas en el Keops y hablar con los encargados de la barra, quienes repiten - en otras palabras - lo que decenas de jóvenes cuentan sobre la ciudad. Un gendarme, que se encuentra tomando cerveza junto a su novia, cuenta cómo se vive la realidad delictual desde otro prisma.


Este personaje narra cómo la tasa de delincuentes aumenta en el penal de la ciudad, pero también cómo, al mismo tiempo, la presencia policial ha aumentado de la misma forma. “Tranquilo flaco que cada día hay menos flaites” afirma, a poco de apagar la grabadora.

Ya cuando son las 04 de la madrugada y la fiesta, lentamente, llega a su fin. Las mismas calles que durante el día se vieron concurridas por gente que hacía sus quehaceres diarios y que a las 00 horas, se plagaron de universitarios buscando un lugar donde consumir alcohol, rozando el amanecer se inundaban de jóvenes buscando locomoción para regresar a su hogar.

Algunos volados por algún pito que se fumaron, otros más o menos ebrios (depende cuánto hayan mezclado) y los típicos amigos sanos que cuidan a los borrachos, llenaban la plaza Anibal Pinto y en general el centro de Valparaíso. “Queda poco para comenzar el pequeño fin de semana”, se siente en el aire.

La situación por Barrio Puerto no dista mucho de lo que ocurre más al centro. Si bien se nota el ambiente más crudo (quizás por la baja luminosidad o en general por el estigma social que tiene este sector) uno se encuentra - en general - con los mismos “flaites” que en teoría te van a asaltar, sólo que en realidad, buscan dirigirse a sus hogares.

El chofer del colectivo recibe los 600 pesos que cuesta volver a casa mientras mira al asiento del copiloto: un barbón con la mirada perdida en un deplorable estado de ebriedad que no tiene idea dónde se encuentra ni cómo llegó ahí. Esta escena y un grito a lo lejos de lo que quizás fue un asalto nutren la madrugada de un día sábado, el carrete ha terminado y mañana será un día de resaca y dormir hasta tarde.

viernes, 20 de agosto de 2010

El Carrito de los Sueños

Dos sopaipillas, dos empanadas fritas de queso y alrededor de 20 minutos de conversación, a veces – tímidamente – forzada, son necesarios para sacarle - entrecortadas y poco seguras - palabras a Cecilia. Esta mujer es el símbolo del emprendimiento en este país, donde una difícil situación económica no ha menguado su espíritu de superación y de hacer de este mundo un lugar mejor.

Por Sebastián Lago.

Son las 14:30 hrs y el bandejón que se ubica al frente de la Casa Central de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso comienza – lentamente – a llenarse de gente. Universitarios como secundarios y uno que otro adulto, ya más entrado en años, se dispone a tomar locomoción colectiva rumbo a sus destinos.

Mientras todo este ajetreo – propio de la hora – se toma aquel paradero de buses, el carro de sopaipillas fritas de Cecilia vive un mundo completamente distinto, es como si el tiempo no transcurriera. Serena y concentrada, esta mujer de alrededor de 50 años, sólo tiene una cosa en mente: salir adelante con su negocio.

La historia de Cecilia no es tan simple como la tranquilidad que su rostro refleja, al atender a cada cliente que se acerca a su humilde carro. Con resignación y una mirada perdida, habla sobre su historia más reciente, esa que se escribe con lágrimas y mucha tristeza. Con firmeza recuerda cuando tuvo que salir a trabajar a la calle “la situación económica me trajo aquí, antes vendía afuera del Jumbo pero los carabineros me corrieron de allí”.

Cecilia, sin embargo ha sabido salir adelante, a pesar de los problemas, “un carabinero de los que echó me recomendó que me viniera para acá, que aquí no me harían nada y le agradezco porque no me ha ido mal”, afirma, siempre serena y cocinando lo que mejor sabe hacer.

Con tres hijos, uno de ellos con síndrome de down, para esta mujer el carrito de sopaipillas es su razón de existir. “Todo es para ella”, responde cuando le preguntan el por qué está acá. Su marido es aquel guardián que junto a ella, todo el día y todos los días se ubican desde el amanecer hasta el ocaso, para producir el pan de cada jornada. La situación económica no le da tregua a nadie y ellos deben salir adelante.

A pesar del mucho tiempo que pueda parecer que lleva esta señora, trabajando en este rubro. Cecilia no lleva más de 4 meses laborando en las afueras de la Universidad Católica, mal no le ha ido, comenta mientras atiende a unos escolares que se ven algo apurados y que además olvidan despedirse y dar las gracias. Ella los entiende porque supone que el tiempo les juega en contra.

“A los jóvenes les gustan mucho mis empanadas y sopaipillas”, comenta cuando se le consulta por el día a día en el carro de comida. Los estudiantes son su clientela más fiel, menciona al Seminario San Rafael y al Colegio Salesiano como los jóvenes más fieles que visitan su negocio todos los días.

Higiene y servicio
Si un aspecto de su trabajo, en el cual Cecilia se preocupa mucho, es la sanidad, ya que vender sopaipillas en la calle no proporciona las mejores condiciones de sanidad e higiene que digamos. Para esta labor, ella toma la precaución de guardar cada producto con mucho cuidado en bolsas plásticas, las tapa con paños y así evita que el polvo entre y las ensucie.

Además de eso, se preocupa de hacer cantidades justas de comida para que la gente que las compre siempre adquiera productos frescos y sobre todo tibios. Un aceite bueno siempre marca la diferencia para ella e indudablemente para sus clientes. “Una niña me contó que no le compra al caballero de más adelante porque tiene las manos feas y las uñas sucias”, cuenta con orgullo mientras luce su ornamentaría lo más limpia posible.

Con una tímida risa, comenta que vienen a comprarle muchos jóvenes “pituquitos” que le aseguran una fidelidad absoluta dado su buen servicio y – lo más importante – su buena higiene.

El miedo mayor de Cecilia, a la hora de trabajar, son los delincuentes que frecuentemente oscilan en el sector donde ella se encuentra trabajando. Muchos de ellos se hacen pasar por transeúntes, comunes y corrientes, pero bajo esa cortina invisible se esconden diversos asaltantes que más de alguna vez hicieron pasar un susto a Cecilia, quien, sumisa y expectante, en su carro de comida, sólo pudo observar como más de algún estudiante era brutalmente asaltado.

Emprendimiento y Excelencia en el día a día
Cecilia, en su carrera por superar su condición social y por darle un buen sustento a su familia, se encuentra postulando a un fondo del FOSIS para implementar su carro con diversos enceres. Su idea es lograr convertirse en un toda una microempresaria y para lograr ese objetivo, en estos momentos, se encuentra esperando esa tramitación para “poder mejorar mi negocito”.

Suerte divina o mero azar, usted decide, pero Cecilia - paso a paso - está luchando para salir adelante y poder ser una buena madre y esposa. A pesar de no tener permiso municipal para instalar como corresponde – y con todas las de la ley – un carro de comida, ella, progresivamente, ha ido entregando un servicio muy bueno y que ha sido recompensado con una fiel clientela.

“Los universitarios se han portado muy bien conmigo, me hacen harta propaganda, hay hasta un profesor que ha hablado de mí en la Armada” cuenta emocionada esa y muchas otras recomendaciones que su público le hace.

Sin lugar a dudas el apremio recibido por Cecilia se debe - entre otros factores - a su simpatía y humildad para atender al público, además de su servicio, muchísimo más higiénico que muchos carritos que se ubican en sectores aledaños.

A Cecilia no le gusta servir las empanadas frías, ni tampoco le gusta rellenar los envases de keptuch y mostaza con agua. “¿Para qué?” dice, recordando que a todos nos gustaría comer algo caliente, bien preparado y con aderezo de verdad. “Es rico comerse algo calientito, como me gustaría comerlo a mí, es como lo sirvo”, sentencia la casi microempresaria.

Cecilia prosigue – sin parar – su humilde empresa, tiene fe que sus sueños saldrán como ella quiere, tiene la convicción que podrá darle un mejor futuro a sus hijos y lo mejor y más rescatable. Y lo más importante, tiene la humildad para afrontar con gallardía los problemas que esta sociedad le ha impuesto.

Su vida no ha sido fácil y probablemente no lo será en el futuro, sin embargo, el deseo de ser alguien mejor es algo que ningún universitario, que compre dos empanadas de quesos todos los días, con una tibia sonrisa para saludar a tan noble mujer, podrá llegar a entender.

miércoles, 28 de julio de 2010

Hola, soy Músico Emergente, por eso sueno mal.

Para nadie es un misterio que la industria musical es pésima en Chile. Es cosa de sintonizar el 99% de los diales de nuestra frecuencia modulada (o ampliada) y encontrarse - en casi todas sus sintonías – con música comercial, generalmente con poco contenido.

Camaradas rockeros, la música en Chile, como dijo un personaje chilensis que no citaré: “nos guste o no nos guste”, no es un arte profesional. Antes de ser músico, eres profesor, estudiante, médico, drogadicto, de derecha o de izquierda. Si deseas creerte el cuento de rockstar, hazlo… toca ebrio en algún bar de mala muerte, ante un público seguramente mucho más ebrio que tú… eso, se llama“under”.

Este “under” nacional se caracteriza por contener un acervo increíble de bandas nacionales de todos los estilos que se puedan cruzar por tu mente (catastros no oficiales hablan de no menos de 5000 bandas en el país). Y es que tener 4 amigos para completar una formación, ya te hace miembro de una banda. ¿Tocas bien? ¡Qué importa viejo! ¡Es Arte!.


Lamentablemente, estimados, esta cultura de no profesionalización musical en Chile, nos ha conducido a buscar en el Estado una mano protectora que regale todas las instancias posibles de diversificación musical. ¿Dónde está el incentivo privado? ¿Dónde están las bandas que por sí mismas salen adelante? Claramente no están ahí, muchas de ellas no son profeta en su propia tierra, muchas de ellas se fueron de Chile porque acá no brillaban en la masa.

La música señores es una empresa, y lo será siempre cuando tú trabajes en función de un producto: tu banda y un objetivo: que tu música llegue a todos los oídos posibles.


¿De qué forma puedo lograr eso?, debes estarte preguntando. ¡Simple! Con dinero, más dinero y por cierto MUCHO sacrificio. Miles de horas sin dormir, cientos de horas sin estudiar ni trabajar (¿) y muchas parejas dejadas de lado. (Así es chiquillas, la guitarra puede más a veces).

¿Cómo puedo ser como aquel guitarrista o vocalista que llegó lejos y su disco fue vendido en México y/o Europa? Insisto, pues con todas las anotaciones que te di acá.

Ahora, si la respuesta es tan simple, ¿por qué no todos estamos en México tocando? Porque somos flojos, estimados. Porque el chileno es flojo y de ahí viene el nombre de esta columna. El 99% de los músicos chilenos no se cree el cuento y ni se saca la cresta en post de lo que quiere, al 99% de los chilenos le da flojera soltar un poco de dinero para grabar un buen disco o una buena canción, producir un buen trabajo.

El 99% de los músicos under, suena pésimo, no invierte en equipamiento ni se propone hacer algo serio y profesional….

El 99% es emergente.

viernes, 2 de julio de 2010

Piñera no cierra La Nación


Para el entonces candidato a la presidencia, Sebastián Piñera, el diario “La Nación” se había convertido en una “arma ideológica” y en un “diario de trinchera”, el cual no tenía su carácter ciudadano y además era “poco objetivo”.

Las declaraciones del actual Presidente de la República fueron más que enfáticas respecto al futuro de La Nación, al afirmar que "tengo la firme convicción de que lo mejor para Chile es cerrar el diario”, debido a los roces que mantuvo con este medio durante su última campaña política.

La Concertación, por su parte, se ha encargado de recordarle al presidente estas palabras, con el fin de debatir acerca del presente del diario, ya que los parlamentarios del ex Gobierno alegan una falta grave a los derechos públicos de información, transformando los medios de comunicación masiva en un gran duopolio.

A 100 días desde que Sebastián Piñera asumió el gobierno, calificar como bueno o malo tan corto periodo de tiempo es, según José Piñera, “algo apresurado”. Marcelo Brunet, columnista de La Tercera, es aún más enfático al afirmar que el gobierno ha tenido dificultad en instalarse debido a “20 años de un gobierno de otro signo político”.

El Génesis
El 03 de junio del 2009, en una entrevista dada a la Radio Latina de Limache, el entonces candidato de Renovación Nacional, Sebastián Piñera, anunció su intención de cerrar La Nación, argumentando que el diario no cumplía con el deber de “informar de manera veraz, de ser equitativo ni estar al servicio de todos los chilenos”.

Tras agregar que “los buenos gobiernos no necesitan un diario oficial”, sino que se tienen que “dar a conocer a través de todos los medios de comunicación y de sus obras”, Piñera sostenía que el gobierno de Michelle Bachelet estaba gastando “1100 millones de pesos al mes en propaganda”.

Estas afirmaciones fueron una arista muy recurrida por la oposición a la hora de criticar al actual mandatario. Puesto que, por una parte, Piñera prometía realizar un “gobierno de unidad nacional” y crear un millón de empleos, pero, por otro lado, anunciaba el eventual cierre del diario del Estado de Chile, dejando con ésto a un número indeterminado de periodistas cesantes

Posterior a eso y tras el cierre de campaña, en el Movistar Arena, el martes 02 de septiembre del 2009, Piñera dio un giro a su habitual propuesta de cerrar el matutino. Desde ese día, señaló que en un eventual gobierno suyo, “La Nación va a ser un diario pluralista, respetuoso, y va a tener un estatuto parecido y semejante al de TVN”.

Estas palabras tiene una estrecha relación con las posturas gremialistas que pregona la Coalición, las que consideran que todo orden social debe “basarse en que las sociedades intermedias entre el hombre y el Estado, libremente generadas”. Brunet agrega que “el principio de subsidiariedad, contenido en la Constitución, obliga a un gobierno que cree en dicho principio, a desprenderse de La Nación”.

La Nación y Piñera
Tras el arribo al poder de la Coalición, hubo muchos cambios en la estructura del Poder Ejecutivo y el tema “La Nación” no fue ajeno. El cierre del diario de gobierno estuvo en la agenda pública hasta el 2 de junio de este año año, cuando, en la 32º sesión de la Cámara Baja, se rechazaron dos proyectos de ley de la Concertación que buscaban fortalecer su rol público, con 50 y 51 votos en contra, respectivamente.

‘Analizar los efectos de una posible enajenación de los derechos del Estado en la empresa periodística La Nación’ era el nombre de la sesión extraordinaria en la cual, durante dos horas, y con la presencia en la sala de los ministros del Interior y de la Secretaría General de Gobierno, los diputados, en una acalorada discusión, manifestaron sus opiniones respecto al tema.

Para Gerson Guzmán, editor de Radio Bío Bío internet, la situación vivida en La Nación no cambia para nada el paradigma de los medios de comunicación chilenos. “La prensa está vendida hace rato”, sentenció el periodista.

Por su parte, Marcelo Castillo, ex director del diario, afirma que “La Nación ha pasado a ser un diario oficialista más, donde decía Bachelet ahora dice Piñera". Sostiene, además, que para lograr un pluralismo en los medios de prensa chilenos hay que garantizar la defensoría de los ciudadanos ante los abusos de los medios y buscar la transparencia en el mercado.

Por qué Piñera no puede cerrar La Nación
Sin embargo y a pesar de todo el trabajo realizado, tanto por la Coalición del Cambio, como por la Concertación y el sindicato de trabajadores del diario, el cierre de La Nación está lejos de concretarse debido a una antigua negociación realizada hace casi 20 años.

Una operación realizada durante el gobierno de Patricio Aylwin, le permitió, a un grupo de personas militantes de la UDI, la Democracia Cristiana y el Partido Socialista, llamado “Colliguay S.A”, tomar control de la empresa periodística ‘La Nación’. Ésta incluye al Diario Oficial y tendría un equivalente monetario cercano a los 20 millones de pesos, correspondiente al 29% de las “acciones preferentes” de la compañía.

De esta forma el Estado no puede tomar ninguna decisión sobre La Nación sin la aprobación de Colliguay S.A., ni siquiera puede nombrar al director del medio y ésta tiene derecho a veto en la designación del directorio. Actualmente los socios de Colliguay son los concertacionistas Raimundo Valenzuela, Luis Eduardo Thayer y Enrique Alcalde.

Colliguay S.A, en varias ocasiones, ha manifestado su beneplácito a la idea de cerrar el diario, con lo cual las pérdidas de La Nación, financiadas por los ingresos del Diario Oficial, se convertirían en millonarias ganancias. Sin embargo, existe un problema: para mantener la propiedad del Diario Oficial la empresa está obligada a publicar La Nación. Si Piñera quisiera cerrar el matutino, la empresa podría dejar de percibir ingresos del Diario Oficial.

En resumen, La Nación seguirá siendo un tema recurrente en la opinión pública mientras no se realicen acciones concretas por parte de la autoridad correspondiente. El ex senador, Nelson Ávila, lo afirma al decir que “la realidad de los medios es el reflejo de una sociedad de mercado, la Nación está con el poder”.

El diario de todos los chilenos, ahora más que nunca, será trascendental para el perfilamiento de los medios de comunicación en Chile y su relación con la política y el desarrollo de la opinión y la cultura en el país.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Arde la Troya del Bicentenario

La campaña presidencial de este año es más que peculiar, puesto que ha ocurrido simplemente de todo durante su transcurso en este agitado año 2009. Desde los faranduleros dimes y diretes hasta las nuevas alianzas populistas, impensadas hace años atrás, han ido colmando poco a poco este gran circo, que comienza a arder como la epopeyica Troya.

Las elecciones presidenciales se supone que deben tener un matiz de sublime distinción mediática, que las haga, por ende, realmente importantes para el ciudadano común y corriente. Además, deben poseer ese elemento de grata novedad que cautive al chileno, para no aburrirlo con latosos discursos políticos, después de todo cada una ha tenido su amusement y ésta no será la excepción.

Pero antes miremos al pasado por un segundo. La elección de 1989 significó la vuelta a la democracia, y su elemento de novedad era de qué modo esta “Concertación de partidos” velaría por un gobierno que la gente le había otorgado con sudor y lágrimas, en un Chile post régimen militar. Luego tenemos a Frei, donde la sorpresa sería cómo se llegaría a finalizar con los llamados “gobiernos de transición”, y toda la semántica que esto escondía.

Después tuvimos a Lagos y Lavín agarrándose a coscachos por cada voto; Lavín demostró que la derecha puede ganar terreno en los sectores populares y el ex presidente Lagos concertó todas las fuerzas para evitar que el gremialismo ganara, una lucha de proporciones épicas. Cinco años después llegó nuestra actual presidenta -y me ganaré un machista award por esto-, buscando demostrar que las mujeres podían gobernar, además de poner en el tapete temas como la igualdad de géneros y un sin fin de “nuevas propuestas”. ¿Lo logró o no lo logró?, esa es tarea para la casa.

Volviendo del lapsus, lo que nos atañe ahora es el circo del cual estamos siendo espectadores. Hoy más que nunca podemos decir que la elección está reñida, incluyendo a fenómenos caricaturescos como MEO. Aunque no es más que una candidatura sin un mayor soporte que ilusos universitarios, que no ven el trasfondo de cuatro años de gobierno con un parlamento dividido en dos.

Frei por su parte, hace lo imposible por evitar hundirse y al parecer usará hasta lo último que esté a su alcance para lograrlo, esto incluye la prostitución. Sino preguntémosle a todos los comunistas que están en su pacto, en una especie de ambigüedad bastante chistosa donde tienen candidato presidencial propio –sí, Arrate es candidato a presidente-, el cual critica nuestro sistema social, pero a la vez apoya a las filas centroizquierdistas. Promiscuidad al mejor estilo Sodoma y Gomorra.

¿Qué nos está ocurriendo? Estas elecciones sí que han sido de lo más bizarras, Allende y Montalva se deben estar revolcando en sus tumbas viendo como sus hijos pródigos, sus descendientes directos utilizan sus figuras para adquirir popularidad.

La campaña electoral 2009 podemos resumirla como la menos austera de la historia, es sin duda la más vendida en años. Todos los candidatos de algún modo participan en la promoción: “vote por pepito, lo salvará del apocalipsis“. Es cosa de ver cada bando: Piñera nos recuerda a Obama con sus multimillonarios gastos y su arenazo; por su parte Frei se proclama como sucesor de Allende –en sus sueños claro-. ME-O llega con su cuento de que la política está gastada y esta especie de demagogia juvenil; y por último Arrate, utilizando la psicología inversa llama al electorado desilusionado, “si todos muestran mucho para ganar, yo muestro poco”, mejor que no muestre nada y todos felices.

No obstante, quien decide el futuro de esta lucha será nuestro público elector, nuestros queridos inscritos en el SERVEL (me encanta la gente comprometida). Todos aquellos que decidieron inscribirse en nuestros registros electorales y decidieron tener voz y voto este 13 de diciembre serán los que, tras meses de escuchar payasadas y ver campales batallas por míseros votos levantarán su pulgar, al mejor estilo romano, y nos dirán quién vive y quien muere.