Dos sopaipillas, dos empanadas fritas de queso y alrededor de 20 minutos de conversación, a veces – tímidamente – forzada, son necesarios para sacarle - entrecortadas y poco seguras - palabras a Cecilia. Esta mujer es el símbolo del emprendimiento en este país, donde una difícil situación económica no ha menguado su espíritu de superación y de hacer de este mundo un lugar mejor.
Por Sebastián Lago.
Son las 14:30 hrs y el bandejón que se ubica al frente de la Casa Central de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso comienza – lentamente – a llenarse de gente. Universitarios como secundarios y uno que otro adulto, ya más entrado en años, se dispone a tomar locomoción colectiva rumbo a sus destinos.
Mientras todo este ajetreo – propio de la hora – se toma aquel paradero de buses, el carro de sopaipillas fritas de Cecilia vive un mundo completamente distinto, es como si el tiempo no transcurriera. Serena y concentrada, esta mujer de alrededor de 50 años, sólo tiene una cosa en mente: salir adelante con su negocio.
La historia de Cecilia no es tan simple como la tranquilidad que su rostro refleja, al atender a cada cliente que se acerca a su humilde carro. Con resignación y una mirada perdida, habla sobre su historia más reciente, esa que se escribe con lágrimas y mucha tristeza. Con firmeza recuerda cuando tuvo que salir a trabajar a la calle “la situación económica me trajo aquí, antes vendía afuera del Jumbo pero los carabineros me corrieron de allí”.
Cecilia, sin embargo ha sabido salir adelante, a pesar de los problemas, “un carabinero de los que echó me recomendó que me viniera para acá, que aquí no me harían nada y le agradezco porque no me ha ido mal”, afirma, siempre serena y cocinando lo que mejor sabe hacer.
Con tres hijos, uno de ellos con síndrome de down, para esta mujer el carrito de sopaipillas es su razón de existir. “Todo es para ella”, responde cuando le preguntan el por qué está acá. Su marido es aquel guardián que junto a ella, todo el día y todos los días se ubican desde el amanecer hasta el ocaso, para producir el pan de cada jornada. La situación económica no le da tregua a nadie y ellos deben salir adelante.
A pesar del mucho tiempo que pueda parecer que lleva esta señora, trabajando en este rubro. Cecilia no lleva más de 4 meses laborando en las afueras de la Universidad Católica, mal no le ha ido, comenta mientras atiende a unos escolares que se ven algo apurados y que además olvidan despedirse y dar las gracias. Ella los entiende porque supone que el tiempo les juega en contra.
“A los jóvenes les gustan mucho mis empanadas y sopaipillas”, comenta cuando se le consulta por el día a día en el carro de comida. Los estudiantes son su clientela más fiel, menciona al Seminario San Rafael y al Colegio Salesiano como los jóvenes más fieles que visitan su negocio todos los días.
Higiene y servicio
Si un aspecto de su trabajo, en el cual Cecilia se preocupa mucho, es la sanidad, ya que vender sopaipillas en la calle no proporciona las mejores condiciones de sanidad e higiene que digamos. Para esta labor, ella toma la precaución de guardar cada producto con mucho cuidado en bolsas plásticas, las tapa con paños y así evita que el polvo entre y las ensucie.
Además de eso, se preocupa de hacer cantidades justas de comida para que la gente que las compre siempre adquiera productos frescos y sobre todo tibios. Un aceite bueno siempre marca la diferencia para ella e indudablemente para sus clientes. “Una niña me contó que no le compra al caballero de más adelante porque tiene las manos feas y las uñas sucias”, cuenta con orgullo mientras luce su ornamentaría lo más limpia posible.
Con una tímida risa, comenta que vienen a comprarle muchos jóvenes “pituquitos” que le aseguran una fidelidad absoluta dado su buen servicio y – lo más importante – su buena higiene.
El miedo mayor de Cecilia, a la hora de trabajar, son los delincuentes que frecuentemente oscilan en el sector donde ella se encuentra trabajando. Muchos de ellos se hacen pasar por transeúntes, comunes y corrientes, pero bajo esa cortina invisible se esconden diversos asaltantes que más de alguna vez hicieron pasar un susto a Cecilia, quien, sumisa y expectante, en su carro de comida, sólo pudo observar como más de algún estudiante era brutalmente asaltado.
Emprendimiento y Excelencia en el día a día
Cecilia, en su carrera por superar su condición social y por darle un buen sustento a su familia, se encuentra postulando a un fondo del FOSIS para implementar su carro con diversos enceres. Su idea es lograr convertirse en un toda una microempresaria y para lograr ese objetivo, en estos momentos, se encuentra esperando esa tramitación para “poder mejorar mi negocito”.
Suerte divina o mero azar, usted decide, pero Cecilia - paso a paso - está luchando para salir adelante y poder ser una buena madre y esposa. A pesar de no tener permiso municipal para instalar como corresponde – y con todas las de la ley – un carro de comida, ella, progresivamente, ha ido entregando un servicio muy bueno y que ha sido recompensado con una fiel clientela.
“Los universitarios se han portado muy bien conmigo, me hacen harta propaganda, hay hasta un profesor que ha hablado de mí en la Armada” cuenta emocionada esa y muchas otras recomendaciones que su público le hace.
Sin lugar a dudas el apremio recibido por Cecilia se debe - entre otros factores - a su simpatía y humildad para atender al público, además de su servicio, muchísimo más higiénico que muchos carritos que se ubican en sectores aledaños.
A Cecilia no le gusta servir las empanadas frías, ni tampoco le gusta rellenar los envases de keptuch y mostaza con agua. “¿Para qué?” dice, recordando que a todos nos gustaría comer algo caliente, bien preparado y con aderezo de verdad. “Es rico comerse algo calientito, como me gustaría comerlo a mí, es como lo sirvo”, sentencia la casi microempresaria.
Cecilia prosigue – sin parar – su humilde empresa, tiene fe que sus sueños saldrán como ella quiere, tiene la convicción que podrá darle un mejor futuro a sus hijos y lo mejor y más rescatable. Y lo más importante, tiene la humildad para afrontar con gallardía los problemas que esta sociedad le ha impuesto.
Su vida no ha sido fácil y probablemente no lo será en el futuro, sin embargo, el deseo de ser alguien mejor es algo que ningún universitario, que compre dos empanadas de quesos todos los días, con una tibia sonrisa para saludar a tan noble mujer, podrá llegar a entender.